Populismo de escasez, a medio socializar o automatizar. Una respuesta a “Populismo de lujo totalmente automatizado” (Público, 14/01/2022) de Manuel Romero
Antes de lanzarme a construir cualquier diálogo sobre la última nota de Manuel Romero, quisiera (en estos tiempos de afectos desbocados) felicitarle como director del IECCS en su papel de juntar a la Ministra Yolanda Díaz con el economista e historiador Thomas Piketty para discutir y hacer accesibles ciertos elementos de un debate que ayer, como tantas otras personas, visioné y disfruté muchísimo. Mi más sincera enhorabuena, pues le auguro un gran futuro al Instituto si no se olvida de aprovechar espacios que soberanamente nos pertenecen para lanzar mensajes que puedan combatir la desmovilización.
En primer lugar, quisiera volver sobre el papel del “populismo” como significante maestro en el último ciclo político, para lo cual he de remontarme al año 2016, al momento de cuasi-sorpasso y a la bomba afectiva que vino de la mano del Brexit, y de la presidencia Trump poco después. Unos meses antes de quitarse la vida, Fisher escribía un post titulado “Mannequin Challenge” (2016), en el que partía del intento de viralizar aquel meme por parte del equipo de campaña de la candidata demócrata para mostrar cómo el auténtico núcleo de su mensaje era una visión errada: no hay mucho que necesite cambiarse para armar una estrategia política progresista sobre el tablero. El diagnóstico de Fisher es que uno de los efectos de la infección del realismo capitalista en las izquierdas socialdemócratas es que si no hay nada que cambiar de raíz, toda oposición al status quo, por fantasiosa y contradictoria que resulte, es capaz de disfrazarse como progresista y “hackear” el quid de toda propuesta populista de izquierdas, el descontento. En esta dialéctica, nuestra estrategia se impuso necesariamente como un todo o nada, pero ¿qué ocurre cuando esos cambios no son programáticos sino coyunturales?
La encrucijada que señala Manuel alcanza niveles de complejidad insondables si añadimos una variable ausente (no del todo, pero si como variable política) en su nota, una ya señalada por el propio Fisher como uno de los elementos de “lo real” que escapa al universo simbólico construido por el realismo capitalista: la emergencia climática y las sacudidas progresivas al tablero político en el que aún movemos nuestras fichas. La pandemia ha sido una muestra de la lucha futura en la que toda propuesta política viable ha de asumir una racionalidad sometida al asedio constante, y la verdadera tragedia es la “austeridad” y el “posibilismo” con la que se ha de retomar cualquier agenda de la modernidad en dicho contexto. Siendo francos, hemos de ser humildes en nuestros objetivos y promesas y atender al coste humano de un gobierno bicéfalo, atrapado entre las propias contradicciones del ciclo populista, del Antiguo Régimen euro-tecnócrata y los primeros coletazos de una economía de la escasez que han hecho que hasta el liberal más acérrimo añore una “state capacity”, siquiera modelada sobre el PCCh y puesta primero al servicio de la continuidad de la Eurocopa y luego a saber de qué. Emilio Santiago señaló en un artículo imprescindible y honesto para entender el momento político presente, “La situación actual y el futuro de la izquierda” (Pasos a la Izquierda, 24, 2021), que dos de los grandes problemas que venimos arrastrando a este lado es que “ni lo social se deja pensar en términos de unidad o totalidad, ni lo material se puede concebir en términos de abundancia”. La primera parte la venimos asumiendo desde los últimos 40 años, pero la segunda implica cambios estratégicos que a día de hoy somos aún incapaces de imaginar.
No podemos renunciar a la honestidad y dejar de decir que una propuesta de izquierdas o populista medianamente funcional en los tiempos en los que lo que se juega es ante todo la preeminencia de una “lesser” o “greater dystopia” no puede comerciar con imposibilidades o asumir la racionalidad de sus actores políticos, siquiera como un trabajo siempre en construcción. Lo auténticamente perverso es lo que por otra parte describe Morton (2012, 2016), la idea de pensarse como agente político en una escala temporal perfectamente resumida por Malm (2016), pensar el hiperobjeto del que formas parte complica una estrategia política basada tanto en la inversión y refutación de los postulados del adversario como en la de manufacturar ilusión y horizontes de posibilidad artificiales y precarios cuando el suelo mismo es el que se está moviendo. El fin del momento populista no es solo una amarga derrota, es también, como señala Turiel (2020) el paso de la mitigación a la adaptación. Creo que aquí se confunden marcadores como el “lujo” en su dimensión estética con las condiciones de posibilidad en la que dichos marcadores pueden o no funcionar como aglutinantes a este lado. Recuperando algo que comentaba McKenzie Wark en una entrevista en torno a su Capital is Dead; Is it Something Worse? (2019) en la que utiliza una denostada distinción marxiana, hemos pensado demasiado tiempo los efectos superestructurales y culturales de la digitalización sin atender a sus condicionantes basales o estructurales. Por poner un ejemplo de esto, no podemos pensar en los contratos laborales por blockchain o en la tecnología de gestión de datos utilizada por gigantes comerciales como formas de emancipación (en tanto reversibles para beneficio del trabajador) si estas descansan sobre un extractivismo insostenible al corto, medio y largo plazo. No podemos criticar el sistema de macrogranjas y prometer el caviar de las masas al mismo tiempo, al menos no entendido en clave de los hábitos de producción y consumo que no es que necesiten cambiar, sino que van a hacerlo irremediablemente. No se trata de derrotismo o incompatibilidad, sino del cálculo de probabilidades, pues una izquierda (o cualquier agente, de cualquier signo e ideología) no puede democratizar la abudancia en un contexto global de escasez sin caer en repliegues proteccionistas, leviatanes climáticos y el humo afectivo de aquellos que increpan a la ministra cómo si se tuviesen los condicionantes para otra estrategia siquiera realizable o deseable. Creo, sin embargo, que el verdadero desafío ahora es no quedarse en el CBA, y decirle a los potenciales actores políticos que anteponen la disponibilidad de una PS5 a cualquier cosa que nos tenga que contar Piketty, que nuestro programa quizá no pueda garantizársela, que hay que ser honestos ante otros que quizá puedan comprar sus afectos de forma inmediata, ¿pero a costa de qué o quiénes? La comunicación política de la era de la escasez pasa necesariamente por este dilema. Comunismo o libertad. Terracita o covid persistente.
Considero que el asunto de la “izquierda caviar”, salvando la grosería, si que es una variable a tener en cuenta, al menos en su aspecto más comunicativo y estratégico tal y como señalaba aquí Pablo Batalla. La realidad es que las promesas horizontales del ciclo populista anterior han generado descontentos que hemos sido incapaces de reasborber en propuestas macropolíticas funcionales, y que se van a ver agravadas cuando, no sólo nuestras metodologías, sino también nuestros horizontes se vean comprometidos por el decrecimiento. Si el incienso de la participación radical desde unos aparatos de partido anquilosados en un nepotismo paranoide han generando retiradas a distintos recovecos de su madrigera, no quiero ni imaginar qué puede venir cuando el marco de mejora social tenga que reducirse a más de la mitad de lo que suele prometerse. Retomando el ejemplo que pone Manuel, de cómo los militantes uruguayos culpaban a Mujica de popularizar una imagen austera del militante de izquierdas que toma de la Teología de la liberación sus votos de pobreza, he de matizar que la problemática ecosocial implica de lleno la austeridad en tanto escasez, y la gestión de la misma ha de ser por supuesto equitativa, pero no utópica. Hay que luchar contra todo discurso que reduzca esta problemática a la mera distribución de beneficios, pues esta sigue sacándonos de la ecuación repitiendo una y otra vez que “100 empresas son responsables del 70% de las emisiones de CO2”. Como señalaba ayer Díaz en el debate, es insostenible que las clases populares y las pequeñas empresas asuman el peso del estado social, pero dadas las inercias imperantes, no es este el único peso que van a terminar asumiendo si no se comienza a pensar en el proceso adaptativo. Por poner un ejemplo, una gestión equitativa de la escasez implica cambios de hábito radicales, a menudo inimaginables, que, si nos atenemos al realismo capitalista, implican una violencia sobre los sujetos y sus deseos difícilmente mitigable y directamente imposible de eliminar. Cualquier cálculo estratégico que no tenga esto en cuenta está alimentando un descontento político fácilmente reversible, tal y como este ciclo nos ha venido enseñando.
Ante la recuperación del título de Aaron Bastani, habría que anteponer aquel otro de Lajos Brons, “No hay tiempo para la utopía” (2019), y si me apuran, tampoco para estrategias pensadas para el contexto que rodean a la crisis de 2008 y que arrastran ciertas aporías en sus promesas mismas.