Respuesta a “Andaluçê de Instagram” de Andrea Oliver Sanjusto y comentario a “De la incómoda preçencia de un xaubinîmmo andalûh”.
Escribo estas notas como respuesta a la réplica de Andrea Oliver Sanjusto, publicada el 12 de Junio en El Portal de Andalucía, al artículo que publiqué en la columna de opinión “Un relato andaluz” de eldiario.es tras las elecciones municipales. Para ello, reutilizo parte del material que quedó fuera de la versión definitiva, a la espera de poder clarificar asuntos que quizá no quedaron tan bien situados como me hubiera gustado. Aprovecho también para evaluar otras respuestas tangentes que el artículo suscitó.
En primer lugar, me gustaría dejar claro que el artículo de Sanjusto me ha parecido tan certero a la hora de señalar ciertos puntos flacos del mío, como evasivo ante muchos de los problemas que en él se planteaban. En cualquier caso, no creo que “De la incómoda preçencia de un xaubinîmmo andalûh” pueda leerse por sí mismo sin su respuesta, lo cual, a mi parecer, es el mejor elogio que toda buena réplica merece. Ante todo, es un respiro comprobar que siguen existiendo canales para un debate sosegado que cierta militancia (emancipada del Podemos matriz, pero quizá no tanto de sus técnicas de gestión de la disidencia o el conflicto) no pareció tener nunca en mente, y a la que no dedicaré mucho más tiempo [1]. Entiendo que, por la complejidad del asunto, se le pida exhaustividad a algo cuyo objetivo, ámbito y formato no lo permitían, pues no sólo hay que tajar a las bravas, sino a veces también manejarnos con ciertos conocimientos de cirugía.
Parte de las reacciones tienen mucho que ver con su carácter de artículo pos-electoral, pero lo cierto es que la versión extensa del artículo llevaba escrita un mes, siguiendo la estela de una primera nota que fue publicada en El Cuaderno Web titulada “La gran gala andalucista de Moreno Bonilla” (6/3/23). Soy consciente de las limitaciones que mi artículo presentaba, pues se ha intentado analizar un pack discursivo electoral en capas de aplicación muy distintas entre sí (los discursos académicos que lo nutren, las ideologías y mitologías flotantes que se traducen en discursos políticos, vídeos de campaña e interacciones en red) que muchas veces no arrojan demasiada luz sobre sus relaciones subyacentes, menos aún si se someten a un objetivo definido. No en pocas ocasiones se es presa del propio golpe de efecto buscado. La edición final quiso intervenir en un debate muy concreto: tras los desastrosos resultados de la concurrencia de Adelante por separado, con efectos muy obvios en la pérdida de las alcaldías de Sevilla y Cádiz, no paraba de leer mensajes sobre la necesidad de constituir un espacio propio ante la posibilidad de una negociación con Sumar. Recientemente, Teresa Rodríguez ha sugerido que tal negociación ni siquiera fue puesta sobre la mesa por el equipo de Díaz, pero el cierre de filas se justificaba en la idea de compartir un espacio simbólico y político en el tablero estatal con otras formaciones nacionalistas como el BNG, Bildu o la CUP (sólo que sin ayuntamientos significativos y poca implantación social fuera de los dos núcleos urbanos que se han propuesto para concurrir a las generales, finalmente en favor del feudo gaditano). Puestos a morir en una colina, prefería empezar a plantear problemas que pudiesen intervenir en una posible negociación que, tristemente, nunca se ha producido.
Quise entonces seleccionar cuatro puntos, en tanto sostenes de la viabilidad actual de un espacio propio: (1) el análisis antropológico concreto de la escuela sevillana (según Carvajal Contreras “la principal generadora de la noción étnico-identitaria andaluza” dentro del paradigma identitario), es decir, el tratamiento de las singularidades culturales contenidas en las romerías, fiestas patronales y procesiones como, de suyo, garantes de un hecho diferencial no problemático; (2) las estrategias de distracción hacia fuera frente a competencias que son municipales y/o autonómicas, por ejemplo al buscar responsabilidades sobre modelos urbanísticos que se sostienen sobre la propiedad turística; (3) las mitologías que participan de un clima de des-ilustración general; (4) y la colonialidad interior como una lectura parcial de la realidad autonómica del presente, que conduce a autopercepciones estrambóticas para la periferia del Primer Mundo. Explico esto respondiendo a lo que Sanjusto me comenta al principio, que no puede estar de acuerdo en que los puntos de partida que sugiero sean la causa de la actual crisis de proyecto, y le concedo que ninguna lo es más que en determinados usos políticos que puedan hacerse de ellas.
En este sentido, mi desacuerdo con su réplica está marcado, sobre todo, por otra actitud bien distinta y que vuelvo a señalar aquí: someter a crítica un discurso de campaña, con ciertas estrategias afectivas y discursivas en torno a la identidad, no implica negar la existencia de los problemas reales a los que dicha campaña refiere. Por ejemplo, si se quiere mencionar a los represaliados andaluces, entiendo que en una velada referencia a García Caparrós, al menos me gustaría que se especificase claramente en qué punto de la crítica que hago se cuestiona siquiera que aquí se haya sufrido una historia de represión y violencia. Tomar la referencia que hice a los Cuentos de La Alhambra para desestimar las mitologías de Antonio Manuel y verterlas sobre el problema de la memoria histórica es justamente una de esas estrategias que tratan de rehuir debates incómodos. Es decir, si afirmo que ir al barrio algecireño de La Bajadilla en plena campaña electoral para buscar la afectividad (y efectividad) de tu discurso con una referencia al Motín del Pendón Verde de 1521 quizá no sea la mejor lectura política de las inercias existentes en la Andalucía actual, creo que es bastante obvio que no se están negando con ello los datos de pobreza endémica, paro y desarrollo desigual con respecto al cómputo del Estado.
Por las referencias iniciales, entiendo que Sanjusto está de acuerdo en que la identidad es algo mucho más complejo y que no se agota en la política de partidos, pero entonces, desde esas coordenadas, no entiendo tales maniobras de distracción, ni su concesión final a un proyecto partidista cuyo peso en la construcción identitaria dice negar. Otra cosa bien distinta es que un cierre de filas en torno a varias mitologías e ideas recogidas en un programa se conciba como única solución para esos problemas, de manera que si se niega la solución, se niega también con ella la existencia del problema mismo. Me gustaría que me hubiese respondido acerca de lo que realmente se estaba tratando dentro de esa sección (o melón, si se quiere), que más allá de conformar simbologías comunes y “necesarias” para todo proyecto nacionalista, dichas mitologías también participan de una des-ilustración inherente a las economías de la información, y que esa des-ilustración es muy favorable a las derechas. Cuando nos vale lo mismo un trabajo de documentación exhaustiva como La conquista islámica de la Península Ibérica de Alejandro García Sanjuán que las torsiones etimológicas e historiográficas de Antonio Manuel, no solemos salir beneficiados políticamente, en tanto que no estamos ofreciendo herramientas para pensar la emancipación colectiva, sino relatos muy endebles a los vientos que soplan. La evidencia de los resultados electorales me hace sospechar que no soplan precisamente a nuestro favor. La tensión entre el relato y la objetividad, el mensaje y cómo se comunica buscando un efecto político concreto, es ciertamente complicada, pero no siempre la respuesta pasa por amoldar el primero al segundo [2]
Para Sanjusto, no debiera confundirse la identidad con la cooptación de la misma por su uso partidista y propagandístico, pero quizá convendría hablar también de otra cooptación desde ciertos departamentos de Antropología. Entiendo que Sanjusto me responde desde la perspectiva de la escuela antropológica que critico, y, por tanto, centraré mis respuestas en ese primer problema: el de la identidad, especialmente tratada como contenedora de un potencial emancipador inherente a ella. De sus notas, me llevo la sensación de que sigue tratándose la identidad en la escuela sevillana como una constante no sujeta a las inclemencias de la historia ni a su formalización a través de las instituciones que una sociedad determinada va generando. Consultando bibliografía para el primer artículo, ojeé varios tomos de una Historia de Andalucía (tomo 2, la Andalucía romana; tomo 5, la Andalucía del Renacimiento, etc.) en la que participaban Isidoro Moreno Navarro y Antonio Dominguez Ortiz, entre otras voces conocidas. Para mí, tal y como señaló Caro Baroja en una conferencia titulada “La encrucijada de la antropología actual” (1990, cuyo contenido recoge Miguel Bayón Pereda en El País), algo así no tiene sentido más que desde el punto de vista estrictamente geográfico (la descripción, a través del tiempo, de todo lo que ocurre en un territorio determinado), pues las instituciones, formas culturales y condiciones sociales de los pueblos que habitaban la Baja Andalucía en tiempos del Imperio romano no corresponden a un sustrato común observable ni fácilmente vinculable a otras épocas. Creo que en ese punto podríamos estar bastante de acuerdo, pero lo que quisiera apuntar con ello es que, como dijo Latour (1991) y como recordaba frecuentemente Bartolomé Clavero (2002), este uso frecuente demuestra que la Antropología también delimita, selecciona y en última instancia crea su objeto de estudio, a veces sobre la base de expolios, intervenciones violentas sobre las comunidades estudiadas y, como quisiera recalcar desde mi artículo, sobre sesgos que se anteponen a las preocupaciones, sentires y pesares del grupo humano en el momento histórico en el que se realiza el análisis. Esto no es nada que no se haya dicho, debatido y teorizado infinitud de veces desde que la Antropología es Antropología, con lo cual no entiendo cómo dicha problemática, fundamental para analizar ciertos usos políticos que se hacen de ella, está por completo ausente de su réplica. La crítica que Marvin Harris (1968) le hacía a la nueva etnografía, a la ambigüedad de nociones etic tomadas como emic y viceversa, a la acumulación de casos y estadísticas como blindajes de una decisión ya tomada, así como al sustrato que Lévi-Strauss (influyente también en la postura de Isidoro Moreno) adaptaba de la Lingüística, la cual siempre impone un sesgo normativo a su propio objeto de estudio, debiera al menos servir para recordar que, por mucha profesionalización de la que quiera hablarse, las líneas departamentales ilustran que a veces sí que se actúa como un club de amiguetes que deciden cosas.
Desde diversas escuelas antropológicas también se le da forma al objeto de estudio al proyectar en él ciertos deseos que casan con ciertas líneas, y son precisamente algunos de ellos los que quise someter a juicio. El tratamiento de la identidad-proyecto (en el sentido de que aspira a una transformación total del espacio político en el que esa identidad se desarrolla) en la escuela sevillana me suscita un retorno al evolucionismo de Tylor, que veía las culturas como entes que pasan por varias fases de perfeccionamiento y desarrollo, en el que cada paso conduce hacia una materialización final por la que dicha cultura se despliega en el mundo. Esta intuición queda confirmada por la mención que Sanjusto hace a un proyecto de identidad a largo plazo, “un hilo del que tirar”, para el que la proliferación de estrellas tartésicas, obviando convenientemente que hablo de cierto chauvinismo amparado en ellas, y no de que éstas sean chauvinistas por sí mismas, sería garante de su buena salud y sentido de proyecto. En este punto, nunca he creído que la identidad andaluza, fuertemente atravesada por la cuestión agraria y la conciencia anarquista en su génesis histórica, pueda discurrir cómodamente por los moldes de la conformación “clásica” del estado-nación (o incluso de las nacionalidades sin estado), en las que, por cierto, las sociedades antropológicas y etnológicas jugaron un papel fundamental en su primera fase, tal y como se refleja en el estudio sobre los nacionalismos europeos de Anne-Marie Thiesse (2010). No me resulta fiable que una Antropología que crea y orienta su objeto de estudio hacia una auto-Antropología no esté, con ello, delimitando también lo que dicha identidad debería ser o le gustaría que fuese. En este sentido, tanto Natalia Robles (“Una virgen que habla y la censura”, eldiario.es, 17/04/23) como Carmen Camacho (“Atlas de humor autonómico”, eldiario.es, 11/04/23) señalaron la problemática inherente a entender el peso social del sentir religioso en clave de identidad popular, especialmente si se ve envuelta en batallas políticas por la identificación.
Si, con Caro Baroja, no tomamos la Antropología como encrucijada, sus usos políticos pueden adolecer de las paradojas típicas de toda ciencia de lo humano. A la hora de hablar de identidad y cultura, suelo recordar el consejo metodológico que Chaves Nogales compartía con el envoyé special francés de su “Andalucía roja y la Blanca Paloma”, el reportaje para la revista Ahora que publicó poco antes del golpe del 36. Hay una niebla y una ceguera general a la hora de enfrentar el campo cultural andaluz y ante la que sólo podemos pedir cautela. Es preferible conducirnos desde sus elementos más luminosos y preclaros hasta sus tinieblas más contradictorias, pues una afirmación de la identidad que sólo toma sus aspectos más amables tendrá que dar cuenta, tarde o temprano, de ciertos elementos incómodos condenados a reaparecer, en tanto que contienen tensiones históricas no fácilmente resolubles. En este sentido, Sanjusto pone en mi boca la idea de que reivindicar a Lola Flores supone automáticamente blanquear la dictadura, pero eso significaría negar de lleno la posibilidad de una reescritura y una reapropiación que es obvio que sí se ha dado, sea por la vía publicitaria. Esa expropiación del arte popular andaluz, que tantas veces es señalada como una operación de desactivación del régimen franquista, no ocurrió por arte de magia, sino por unos procesos de folklorización que implicaban agencias concretas. Si aún así quisiéramos excusarla por nacer en la época en que nació (aunque sea consabido, como señala Nina Pielacińska, su “apoliticismo popular” y pragmatismo como estrategia para rebajar una deuda con el régimen, que bien podía aflorar de nuevo, por ejemplo en la entrevista concedida a Jesús Hermida en 1982: “Lola Flores de cerca”), como mínimo habríamos de conceder que esas 50 millones de pesetas que le reclamaba el Ministerio de Hacienda en 1987 también suponen una idea cuanto menos discutible de poderío. Y con ello no abogo por dejar de reivindicar a nadie, sino por contar la historia completa, con sus luces y sombras. Quizá la selección parcial de los materiales tenga algo que ver con esa proliferación de totebags e imágenes descontextualizadas que nos preocupa a ambos. En cualquier caso, a lo que me opongo de forma tajante es a seguir viendo el campo cultural andaluz como un todo o nada, especialmente desde la idea de la trampa de la folklorización. Si está en nuestro consenso el habernos definido previamente como pueblo sin autoestima, todo atisbo de amor propio será siempre insuficiente y toda autocrítica será entonces una interiorización de la subalternidad. No se me ocurre un proyecto identitario más endeble que ese.
Uno de los puntos que más me han desconcertado de su crítica ha sido una velada acusación de silenciamiento a voces de colectivos antirracistas y autoras del feminismo romaní a la hora de trazar lo que no pretendía ser más que un breve apunte sobre la expropiación interior (si buscan exhaustividad, lean el recientemente publicado artículo de Carmen Carbón en Píkara Magazine: “Es que parezco una gitana”, 14/06/23). Quisiera explicar que, si me centro, como creo haber hecho, en las voces más groseras y en los ejes más burdos de una determinada cámara de eco, esa ausencia dice algo más positivo que negativo de todas ellas. De hecho, toda perspectiva atravesada por varias líneas de resistencia obliga de suyo a tratar el concepto de identidad con una mirada mucho menos esencialista (por ejemplo, en tanto a qué tipo de roles se reparten o perpetúan dentro de una construcción identitaria concreta, tal y como queda reflejado en autoras de lo que ha venido denominándose feminismo andaluz). Por el mismo motivo, no he citado a autoras como Carmela Borrego, Mar Gallego o Soledad Castillero, pues tampoco creo que me corresponda a mí evaluar sus aportes o puntos potenciales a debatir, sin que ello me impida observar que hay una proliferación de discursos que parten de una estrambótica autoidentificación con el colonizado no occidental. Como creo haber dejado claro en el artículo, pienso que la identidad es un concepto real pero voluble, contradictorio, poco sujeto a estándares de medición certeros, en buena medida generado por quien la toma como objeto de estudio y que codifica historias no siempre amables (o que no siempre pueden ponerse al servicio de un proyecto emancipatorio), y esta concepción resuena mucho con la que se plantea desde toda voz que hable desde una o varias encrucijadas.
Otra de las cuestiones que se han puesto sobre la mesa es el papel de las redes y la comunicación política en relación con la identidad. Pastora Filigrana decía de mi artículo que le había parecido poco más que una serie de cuestiones inconexas mezcladas con polémicas de Twitter, a lo que podría responderle que justamente pienso que en eso ha consistido la línea de partido de Adelante Andalucía (con la muy notable excepción de la campaña realizada en Sevilla por Sandra Heredia, ahora cuestionada por cierta confusión terminológica sobre la asesoría que desempeñará para el ayuntamiento de Sanz). Me parece algo desacertado, pues invalidar una crítica restringida al ámbito de la comunicación política en la red con el argumento de que existe un mundo más allá de ella obvia el hecho generacional mismo. Creo que es una percepción bastante extendida que mi generación encuentra muchas más trabas que las anteriores para alterar su realidad inmediata, acceder a las instituciones y poder generar impacto en medio de una creciente desafección, a la vez que, porcentualmente, es la que más respira la política (no siempre de manera partidista) a través de dichos canales comunicativos y espacios de socialización. Seguro que hay alguna crítica por ahí más centrada en las estrategias de campaña a pie de calle y barrio, pero desde luego, ese no era el ámbito del primer artículo. Sanjusto advertía que no se puede confundir un anuncio de cervezas con un proyecto a largo plazo para nuestra tierra, a lo que podría responderle que la marca Adelante también ha intentado sacar rédito electoral de dicha confusión. Siendo claros, ni estoy de acuerdo con Filigrana en desestimar lo que ocurre en las redes durante una campaña electoral, ni con la sugerencia que Sanjusto parece hacer: que política e identidad son realidades que no implican una interdependencia mutua si no es por vía de la cooptación. Sanjusto niega, desde este polo, que la política andaluza reciente haya girado en torno a la identidad. He aquí algunos hechos que me hacen expresar cierto desacuerdo: el mencionado borrador de campaña de 2018, citado por Jesús Jurado, en el que se explicita la intención de superar los significantes del andalucismo de la Transición y su contrapartida situada en el espacio del SAT y la CUT, a través del vínculo con la defensa de las hablas y la producción cultural andaluza reciente; el giro discursivo del PP-A a raíz del intento de modificación del escudo autonómico hacia posiciones que tratan de resignificar el pulso contra el PSOE en clave centro-periferia (culminando, por ejemplo, en la transformación del acto de entrega de medallas del 28-F en una gala televisada y emitida en prime time por Canal Sur, tal y como la analizó Isabel Morillo); el bluff de Macarena Olona, quien se postulaba como llave de gobierno en la revalidación del PP, leído en clave de impostura identitaria, etc. Por ejemplo, se ha hablado mucho de la polémica que Teresa Rodríguez sostuvo acerca de las afirmaciones de la diputada Almudena Negro sobre una pretendida génesis madrileña del cante flamenco, pero muy poco sobre las enmiendas que el grupo Adelante haya hecho (o no) a la Ley del Flamenco aquí. En ningún momento se dice que no existan propuestas concretas sobre problemas concretos en el programa electoral de Adelante, pero no confundamos las líneas argumentales con su peso comunicativo.
Sin embargo, me temo que por mucha enjundia académica que queramos darle a todo esto, solo serviría para contentar a unas pocas personas y alienar a muchas otras de un debate en el que también están insertas. Sanjusto abría su respuesta con una excelente digresión sobre la importancia relativa de los espacios digitales de discusión, debates y preocupaciones que en una determinada red tienen muchísimo impacto y viralización, pero pasan completamente desapercibidas en otras, y quisiera cerrar volviendo sobre esta misma idea. Acepto debatir sobre identidad con la exhaustividad que haga falta, pero a cambio de reconocer cierta futilidad en hacerlo cómodamente desde presentaciones de libros, papers, jornadas de debate, seminarios de teoría crítica y departamentos de Antropología mientras perdemos poder político, crece la desafección y el “efecto Moreno” refuerza un largo gobierno que acometerá privatizaciones masivas, también en nombre de nuestra identidad. No niego que sea necesario construir desde estos frentes, y espero de veras estar contribuyendo a ello, pero también es nuestra tarea revertir la tendencia hacia una izquierda tan certerísima en sus diagnósticos como impotente en su capacidad de comunicarlos y actuar sobre ellos. En este último sentido, rechazo por completo su idea de la cooptación de la política y me reafirmo en que la política ha de transitar por la identidad y no al contrario. Invito a debatir, pero no sobre cuántos ángeles caben en un alfiler, sino sobre si la propia pregunta posee una efectividad política para el momento presente, o si, quizá, habría que comenzar a imbricarla con otras.
De nuevo, dar las gracias a Andrea Oliver Sanjusto por su réplica, y a JLR por ilustrar ambos artículos.
[1] Recordar brevemente que los ataques más virulentos al artículo, incluso desde cuentas creadas sobre la marcha, provienen de corrientes muy concretas de la constelación de grupos y partidos menores que se integran en la marca Adelante. Sin querer encasillar a toda su militancia, en la que me consta que participa gente brillante, expreso cierta preocupación por algunos elementos reaccionarios (loas veladas a Bashar al-Assad y a la invasión rusa de Ucrania, ortodoxias antipolíticas y posiciones transexcluyentes, por citar algunas) que ganan terreno entre ciertos sectores de peso. También quisiera aprovechar esta nota para responder brevemente a Javier García, quien desestimó mi crítica al no provenir de un entorno militante que pudiera identificar y la tachó de “indiferente”. Como discípulo de Boaventura de Sousa Santos de quien, hasta donde sé, no he leído ningún posicionamiento acerca de lo que se contaba en el recientemente publicado artículo de Viaene, Laranjeiro y Nadya Tom (2023), quizá debiera ser algo más autocrítico a la hora de atribuir indiferencias.
[2] Nos guste más o menos, y por muchos relatos que intentemos construir, el hecho diferencial andaluz es parejo a la historia económica de los reinos e imperios en los que se enmarca, a su hundimiento, al caciquismo y a la cuestión agraria. El modelo latifundista hunde sus orígenes en la apropiación del campo, valor seguro en un momento de estancamiento de las inversiones que iban dirigidas a la empresa colonial, pero esto ocurre casi medio siglo después de la rebelión morisca de las Alpujarras y tres siglos después de la toma de Sevilla. Es entonces cuando multitud de mercaderes de segunda y tercera generación que habían participado del expolio americano se lanzan hacia la compra masiva de terrenos y la obtención de títulos nobiliarios. Con el hundimiento económico del s. XVIII, se establecieron las condiciones para las subsiguientes relaciones de propiedad en el campo andaluz, el absentismo y la socialización de una mano de obra en práctica semi-esclavitud. La penetración de ideas anarquistas entre sus capas más desfavorecidas es, para mí, inseparable del hecho cultural mismo y uno de los puntos que más dificulta la aparición de un nacionalismo al uso. ¿Por qué no pueden establecerse las mismas continuidades entre desposesiones históricas de la propiedad, asumiendo las contradicciones del repoblamiento y la colonización, en lugar de sobre un pueblo al que expulsamos, exotizamos y convertimos en antepasado nuestro? Por cierto que, tal como señala Sanjuán, la idea de la “revolución islámica occidental” antepuesta al relato de la Reconquista tiene su origen en las tesis de Ignacio Olagüe, militante de las JONS cercano a Ledesma Ramos, cuyo primer objetivo fue ensalzar la grandeza de una España tal que hasta ella misma genera su pasado musulmán. Dichas tesis fueron recogidas por autores del andalucismo de la Transición como José Acosta y Antonio Medina para casar los desarrollos teóricos sobre colonialidad interior de la generación de Aumente, Burgos, Diego de los Santos, etc. con las mitologías de Blas Infante, Isidro de las Cagigas, Alejandro Guichot y los intelectuales del Ateneo de Sevilla, es decir, una forma de buscar la coherencia en el paso del andalucismo histórico al andalucismo político.
Referencias
Bayón Pereda, Miguel. “Julio Caro Baroja: La antropología no puede entenderse sin un trasfondo histórico”. El País. 10 de mayo de 1990.
Camacho, Carmen. “Atlas de humor autonómico”. Eldiario.es. 11 de abril de 2023.
Carvajal Contreras, Miguel Ángel. “La antropología andaluza en el contexto de las antropologías mediterráneas”. Revista Andaluza de Ciencias Sociales. 2021.
Carbón, Carmén. “Es que parezco una gitana”. Píkara Magazine. 14 de junio de 2023.
Chaves Nogales, Manuel. “Andalucía roja y ‘la Blanca Paloma’”. Andalucía roja y “la Blanca Paloma” y otros reportajes de la República. Almuzara. 2012.
Clavero, Bartolomé. Genocidio y justicia. La destrucción de las Indias, ayer y hoy. Marcial Pons. 2002.
García Sanjuán, Alejandro. La conquista islámica de la Península Ibérica y la tergiversación del pasado. Marcial Pons. 2013.
Harris, Marvin. El desarrollo de la teoría antropológica. Historia de las teorías de la cultura. Siglo XXI. 1968. 1982.
Jurado, Jesús. La generación del mollete. Crónica de un nuevo andalucismo. Lengua de Trapo. 2022.
Morillo, Isabel. “Moreno explota el andalucismo contra el Gobierno de España en un acto pensado para la televisión”. El Periódico de España. 28 de febrero de 2023.
Latour, Bruno. Nunca fuimos modernos. Ensayos de una antropología simétrica. Siglo XXI.
Pielacińska, Nina. “Análisis del fenómeno de Lola Flores en la España franquista”. Annales Neophilologiarum 12. 2018.
Robles Mures, Natalia. “Una virgen que habla y la censura”. Eldiario.es. 18 de abril de 2023.
Thiesse, Anne-Marie. La creación de las identidades nacionales. Europa: siglos XVIII-XX. Ezaro. 2010.
Viaenne, Lieselotte, Catarina Laranjeiro & Miye Nadya Tom. “The walls spoke when no one else would”: Autoethnographic notes on sexual-power gatekeeping within avant-garde academia. Sexual Misconduct in Academica. Routledge. 2023.