La gran gala andalucista de Moreno Bonilla

srsry
6 min readFeb 28, 2023

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Moreno Bonilla en la gala del 28-F emitida desde el Teatro de La Maestranza

El 28 de Febrero de 2018, la ex-presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz Pacheco, en un acto aburridísimo en el Teatro de La Maestranza, hacía entrega de la Medalla de Andalucía a María Elvira Roca Barea. Mientras tanto, una multitud recorrió la avenida de María Auxiliadora hasta el palacio de San Telmo en señal de protesta, como viene haciéndose casi cada Día de Andalucía en nuestra historia reciente. La entrega de la Medalla a Roca Barea era una punzada inaguantable dentro de la línea discursiva que el ala dura del PSOE-A decidió tomar ante el referéndum catalán: era mejor dinamitar cualquier debate en torno a la autodeterminación que reconocer lo que una parte de la población del país había, como mínimo, expresado electoralmente. El devenir de los acontecimientos, con Roca Barea a la cabeza de la divulgación de una agenda anti-autonómica, y una Teresa Rodríguez demasiado confiada en que el simbolismo andalusí y los memes identitarios proliferaban entre la marea de “banderas constitucionales” colgadas en los balcones, parecía premonitorio del batacazo electoral de las elecciones al Parlamento de 2018. Tras el resultado, con los incómodos apoyos de Vox y Ciudadanos, un entonces desconocido Juanma Moreno, calificado incluso de representante de un “papafritismo político”, encabezó el paso de más de 30 años de socialismo hacia el modelo gestor privatizador turístico-folklórico actual que logró sellar en 2022 con una aplastante mayoría absoluta del Partido Popular. Desde entonces y hasta hoy, Moreno Bonilla ha optado por una auto-presentación contraria a la del señorito Arenas, gestor eficiente de un territorio no ya lastrado por su larga y turbulenta historia represiva y caciquil, sino por los desmanes de un modelo que él vino a suplantar con un…¿nuevo andalucismo?

Este 28 de Febrero, el recorrido de la manifestación se ha acortado notablemente, desde la Puerta de la Carne al palacio de San Telmo, en una cuota simbólica concedida a nostálgicos republicanos y a la menguada ala independentista del andalucismo político, como si, en el fondo, no hubiera ya demasiado por lo que agitarse más que por el pasado. Mientras tanto, en una pródiga gala emitida en directo y presentada por Eva González desde el mismo teatro, Moreno Bonilla pronunciaba un discurso que podría tildarse de “andalucista” según los códigos que manejábamos en 2018, es decir, una carga contra el centralismo aplastante y reivindicación identitaria de “lo nuestro denostado”, pero con un pequeño cambio: el centralismo aplastante tiene nombre, apellido y un cargo presidencial, gobierna con separatistas y comunistas y ha rebajado condenas a violadores; y “lo nuestro denostado” se reivindica con inversión, eficiencia, competitividad, cortejar a Ibai Llanos, la gala de los Premios Goya y los GRAMMYs Latino en Sevilla. Tras varias Medallas otorgadas a una caterva de empresarios y emprendedores como el Grupo MÁS, con alguna notable excepción como el merecido galardón entregado a la poeta María Sánchez, Juanma Moreno afirmaba que no va a permitir que se ataque a nuestra autonomía mientras que a otros territorios “siempre, siempre, siempre se le pone una alfombra roja”. Un neo-andalucismo en el que construir la campaña es tan fácil como sustituir “la Meseta” por “el Gobierno social-comunista de Pedro Sánchez”, como fuente del que emanan todos los males de nuestra tierra, un marco cognitivo al que, tristemente, llevamos años contribuyendo mientras decíamos ganar en autoestima.

Moreno Bonilla aprovecha su minuto de oro para anunciar que Andalucía es ya la “tercera locomotora” de la economía nacional, y aspira a ser la segunda. Como ha afirmado Isabel Morillo, “pasar de un acto soso que aburría a las ovejas a un show en el que el espectáculo engulle la solemnidad es un paso más en la construcción de esa ‘nueva Andalucía’” que el presidente Moreno ha diseñado. Pero el espectáculo no es nuevo, pues ya se venía hiper-publicitando desde Canal Sur, donde los propios tuits del presidente son noticia y donde, tras el despliegue, viene una auto-entrevista de 10 minutos en prime. Se hace muy difícil reivindicarnos en el mismo tono que hace unos años cuando Moreno Bonilla no para de afirmar, a la mínima oportunidad, que Andalucía “está de moda”, aún siendo perfectamente conscientes de la superficialidad que conlleva “estar de moda” con un 27,9% de pobreza infantil o en medio del impulso del convenio público-privado en la atención primaria, que no le imposibilita el sacar pecho aprovechando el galardón concedido al cirujano Ramiro Rivera. La trampa discursiva es perfecta, pues, como ha planteado Grecia M. Mallorca, Andalucía es ya marca registrada, y “una tierra empobrecida, ¿cómo no va a querer prosperidad?”. La competencia está entrando como una cucharada de miel. La creciente turbo-neoliberalización del turismo y la hostelería, marcas de la casa, se disfrazan de espectáculo reivindicativo dirigido hacia la coalición de gobierno como un marcador de “lo que se decide de Despeñaperros parriba”, como parte de una denostación histórica hacia el sur que les plantea obstáculos en el desempeño de su pretendida gestión eficiente y competitiva.

Este panorama debería, como mínimo, hacernos sospechar de las limitaciones discursivas y afectivas de ese “despertar de la conciencia andaluza” que muchos hemos venido celebrando y/o alimentando. Para ello, tan sólo hay que mirar electoralmente al año pasado, cuando el trasvase de votos del PSOE-A a la derecha se hizo efectivo, y ese trasvase no parecía dar signos de un voto protesta sino de un fondo común que el gabinete de comunicación de Moreno Bonilla ha sabido perfectamente atraerse con incienso, cielos de farolillos y espectáculos multitudinarios. El colectivo África Del Norte planteaba que del nacionalismo, “lo que más se aprovecha son las vísceras”, es decir, ese sentimiento visceral de pertenencia que puede usarse bien para dar voz a nuestras reivindicaciones, atraer votantes o vender productos “con acento”. Siempre se ha dicho que el andalucismo, como nacionalismo decimonónico transplantado al siglo posterior, no podía encarnar como objetivo principal la aspiración a constituirse territorialmente como una entidad separada, sino una reformulación alternativa de la idea de España a través de Andalucía, una España que continuaba la tradición federal y miraba a su innegable heterogeneidad cultural con otros ojos. Hoy esa otra España que el andalucismo pretendía reformular no es fácilmente distinguible de la alabanza de Núñez Feijóo a la gestión andaluza como modelo de la eficiencia que el Partido Popular pretende anteponer a la del “peor Gobierno de la democracia”.

Gran parte del andalucismo de estos últimos años ha canalizado sus malestares en callejones sin salida como la apropiación cultural del flamenco, si éste viene de felah menkub, o cómo transcribir y estandarizar correctamente nuestras hablas. En un campo simbólico desconectado de sus orígenes en la lucha contra el señorito, el cacique, la corrupción, la pobreza endémica o la reivindicación de la memoria histórica, nos hemos quedado atrapados en una cierta ambivalencia a la hora de, bien apostar por una mejora efectiva de nuestras condiciones materiales de vida, o bien estetizar en bucle la propia denostación y la propia carencia. Un modelo privatizador cortoplacista y a coste de aumentar la brecha de desigualdad parece, al menos, plantear una respuesta a la primera pregunta que atrae a un votante que ve sus tradiciones no sólo respetadas, sino hiper-publicitadas a inversores y turistas potenciales, y para el que la segunda opción sólo ofrece símbolos de “lo nuestro denostado” que pueden ser reaprovechables a la hora de anteponer sus medidas contra los que gobiernan “desde Madrid”. Hemos de luchar en contra de que “centralismo” empiece a significar “cualquier oposición a políticas autonómicas de privatización”, porque según Moreno Bonilla, “Andalucía no acepta tutelas”. Debe quedarnos claro, con toda suerte de matices y peros, que el centralismo que pisa Andalucía con su bota no es, por ejemplo, el mismo que ha decretado sacar por fin el cuerpo de Queipo de Llano de su mausoleo, o el que trata de impedir esa supresión del impuesto de patrimonio que sólo beneficia al 0’2 % más rico de nuestra comunidad.

Existen vectores de oposición, como el deplorable estado de la atención primaria andaluza o el precio de la vivienda, que podrían suponer un pulso efectivo al modelo de gestión neoliberal de Moreno Bonilla, tal y como ocurre “de Despeñaperros parriba”, en “la Meseta”, a donde de vez en cuando conviene asomarse sin tanta acritud. En el comienzo de un camino que puede llevarnos a la Fundación Hotelera Blas Infante, los premios BAFTA en Granada o la Super Bowl de Sevilla con el alquiler a 950 euros de media y listas de espera de un año gestionadas por ClicSalud, supone un vector algo más eficiente que el vago recuerdo de un mollete con aceite y azúcar. En este contexto, urge plantearnos a quién beneficia esa insistencia en sobre-saturar reivindicaciones necesarias confiando ciegamente en un potencial político fiat de los símbolos de la tierra, mientras buscamos una autoestima siempre insuficiente en inercias por luchar contra el centralismo y reivindicar “lo nuestro denostado”, “nuestro talento”, “nuestra Lola Flores” (nombrada hija predilecta en esta edición por el mismo Moreno Bonilla). Tengan por seguro que éstos serán fácilmente incorporados a la gran gala andalucista de Moreno Bonilla, porque a este paso no será la última.

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