La cancelación de Ibai Llanos

srsry
6 min readMar 20, 2022

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Ibai asegurando que Twitch transmite valores positivos.

¿Quién iba a imaginarse que una de las funciones inesperadas del punitivismo digital iba a ser medir el tiempo? Parece que la única señal de que los días pasan y de que aún estamos insertos en un orden lineal es presenciar la enésima situación en la que el streamer y comunicador Ibai Llanos salta a la palestra cuando algo no va del todo bien en una plataforma que acumula un promedio de 26,5 millones de visitas diarias.

Ibai se ha especializado en demarcar cristalinamente que él no es como aquel otro streamer que acaba de cruzar una línea roja, logrando capitalizar con éxito la consiguiente ronda de aplausos que suscita entre la maltrecha esfera pública patria. Ibai Llanos es family-friendly, PEGI–16, nutritivo y cumple con todos y cada uno de los estándares de calidad aprobados por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Tal es todo lo que se proyecta sobre Ibai que al mismo tiempo el entonces ministro Salvador Illa recomendó seguir en familia las campanadas de Twitch de 2021 como forma de consuelo pos-pandémico, mientras algunos representantes políticos aplaudían hasta sangrar que Ibai, no como El Rubius, es lo suficientemente socioconsciente como para decidir de su propia cuenta tributar en suelo español o tratar humanamente los entresijos de la fama y la salud mental. Ibai, a diferencia de muchos otros streamers, no ampara a violadores o casas de apuestas en sus espacios virtuales y trata de recordarnos constantemente, cada vez que acontece cualquier desviación del funcionamiento correcto de esta nuestra beta española de la semiosfera digital, que Twitch es una plataforma para todos los públicos y que aún puede someterse a un control político. A fin de cuentas, un gran porcentaje del contenido emitido (con su apéndice de valores, imaginarios y afectos) lo consumen jóvenes y menores de edad (Gutiérrez Lozano & Cuartero), a pesar de que la plataforma recomienda ver los contenidos acompañados por un adulto para la franja de usuarios entre 13–18 años.

La primera costura que se rompió fueron los andorranos (Willyrex, Vegetta777, TheGrefg o El Rubius), síntoma y no causa de la deslocalización e hiperinflación en el propio funcionamiento de la plataforma. Poco hay que hacer ante las promesas de rebaja fiscal cuando se trata de legislar sobre canales supraterritoriales. Fue entonces cuando el perfil público de Ibai se terminó de definir como una voz “sensata” dentro de la vorágine de apologetas liberales que representan personajes como WallStreetWolverine o Willyrex, proclives a popularizar la venta de NFTs y criptomonedas entre sus seguidores, así como a defender la libre elección de los creadores de contenido que tributan fuera de España. La responsabilidad pública de Ibai Llanos queda socavada por su incapacidad de presentar el deber fiscal como otra cosa que un “lifestyle choice”. Ibai tributa en España porque le gusta España, pero en ningún momento está contractual o políticamente obligado a hacerlo, casi como un favor al contribuyente al que entretiene e instruye. Las estrategias de cuestionamiento del propio estilo de vida Twitcher tampoco parecen dar sus frutos, pues es el propio Ibai quien le recuerda a la escritora Layla Martínez que él tiene la suerte de disfrutar con lo que hace. Lo cierto es que el ecosistema Twitch puede ser difícilmente puesto al servicio público en tanto plataforma donde los medios de distribución y el capital humano reemplazable se fusionan monstruosamente en una máquina de generar valor que combina morbo, su propio Sálvame relacional, reacciones a reacciones, micro reposiciones out-of-context e incluso incursiones a los medios de comunicación ya consolidados. Tanto es así que la ya carcomida esfera pública, tanto digital como televisiva, queda obligada a adaptarse al fluctuante capricho de la nueva economía digital y participar de fusiones parciales, donde Amazon-Google-Mediaset se insertan en una pseudo-monopolización comprometida por la dependencia entre plataformas. Aquí, el flujo se impone con creces a los contenidos, la distribución a la producción y la monetización de la figura del “prosumidor” que comprende tanto streamers como subscriptores a cualquier control de calidad imaginable.

El año pasado el debate sobre los contenidos se situó en Mostopapi, un streamer casi enteramente dedicado a explotar anécdotas de la vida sexual de los nuevos socialités digitales en entrevistas bajo el nombre de “Hábitos”. Poca sorpresa fue descubrir que las visitas de Mostopapi se triplicaban cuando se trataba de entrevistadAs como las streamers Cristinini o Mayichi, y donde se confirmaba aquella observación de Preciado de que lo femenino quizá se defina mejor en calidad de valor de cambio o mercancía más que bajo cualquier rúbrica esencialista. El siguiente paso lógico fue entrevistar a actrices porno e incluso sortear citas con ellas entre sus seguidores, lo cual suscitó un acalorado debate entre influencers. Pero la verdadera línea roja fue su incapacidad para pararle los pies a la estrella de TikTok, Naim Darrechi, cuando confesaba abiertamente engañar a chicas afirmando haberse sometido a una vasectomía para no utilizar preservativo. Mostopapi cayó en desgracia y puso en entredicho la capacidad política para monitorizar protocolos de género en un entorno tan volátil, y donde la propia polémica o la propia incapacidad genera interacciones y por ende flujo transformable en valor.

Esta vez le ha tocado a El Xokas, quien hace poco superó a Ibai en suscriptores, no a pesar de, sino precisamente a causa de sus constantes exabruptos. Al contrario que Ibai, Xokas ha definido un estilo que explota conscientemente la masculinidad irascible del gamer de cuarto y comida basura con tintes de “cultura del esfuerzo” y una agresiva defensa de su posición de poder (crítica a la “mentalidad de funcionario” y polémica con Íñigo Errejón incluida), a pesar de un acercamiento a posiciones anti-bullying en el Charlando Tranquilamente que le dedicó Ibai y que rápidamente se ha vuelto en su contra. Lo cierto es que Xokas se vio un poco atrapado entre la actitud que él denominaba “anti-Flanders” y que es la realmente le generaba visitas en su propio nicho y los marcos discursivos de Ibai como perfil modelo de Twitcher vendible a una clase media consumidora de campanadas. El asunto es que Xokas, quien parece tener una profunda dificultad para gestionar la sobreexposición, utilizaba unas 6 o 7 cuentas B para insultar a todo aquel que le criticase, muchos de ellos menores de edad como público objetivo de la plataforma. No han pasado ni 48 horas para que Ibai dedique parte de su directo a tratar el tema y tranquilizar, supongo, a toda una legión de padres preocupados por la calidad de los valores transmitidos en dicho entorno. Es entonces cuando Ibai mejor cumple su función de Twitcher modelo, como un Fernando Simón que te susurra con total calma que solo serán uno o dos golpes a la pared tras perder una partida de Valorant. Pero es que dichas desviaciones del supuesto funcionamiento normal, nutritivo y certificado de la economía Twitch ya se cuentan con ambas manos, hasta el punto de que Ibai Llanos empieza ya a parecer un Agente Smith que se materializa allá donde el sistema detecta una falla para regenerarla con su vídeo recargado de bonachonería y “pero tío, tío, esto no, por ahí no tío”, asegurando que han hablado con el streamer en cuestión para que busque ayuda. Es así como la España virtual Amazon-sponsored puede vivir un día más bajo la ilusión de que todo se encuentra perfectamente bajo control.

¿Qué pasará entonces cuando Ibai Llanos cruce por primera vez cualquiera de las líneas rojas? Me gusta imaginar este experimento mental, una especie de Ragnarok digital en el que quede al descubierto que son los propios mecanismos para generar valor los que determinan qué contenidos se distribuyen al margen de las decisiones de su avanzadilla humana. Quizá mantener unos estándares mínimos de decencia sea un imposible no ya lógico, sino logístico. En ese momento no habrá otro Ibai para redimir a Ibai y restaurar la credibilidad de que la deslocalización mediática es deseable o controlable, y así quizá comprendamos aquello a lo que Srnicek apuntaba al señalar que los AWS (Amazon Web Services) responden, ante todo, a las propias necesidades internas de la compañía, entre las que no está educar en valores sino multiplicarlos y hacerlos coexistir como parte de su catálogo.

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